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Región extendida del yo Como curadora caribeña, y teniendo muy en cuenta las dinámicas de esta versión de Jagüey, me he planteado ciertos cuestionamientos en torno a las prácticas artísticas del Caribe, especialmente en cómo estas hacen eco en los circuitos centrales del arte y su afectación en las estéticas implementadas por los artistas locales con los que pude trabajar. Pero, ¿qué nos hace caribeños, qué tanto conocemos las estéticas del Caribe y cómo podríamos acercarnos a su autenticidad? ¿En qué punto dichas estéticas se han visto influenciadas por las tendencias centralistas y hacen una transición a una expresión comprensible y aceptada por estas? A sabiendas que los espacios destinados a la circulación, la visibilización, así como la formación de artistas del Caribe colombiano son escasos y en muchos casos nulos, los artistas considerados periféricos, o como les llamaré de ahora en adelante, del “borde”, que buscan circular a nivel nacional, tienen tendencia a transformar o mutar tanto la forma como el fondo de sus creaciones artísticas con el fin de mimetizarse en la estética centralista y ser reconocidos por los principales gestores del sector. Podríamos considerarlo una forma de colonialismo cultural -que es visible desde la influencia de occidente en Latinoamérica- en donde las visiones predominantes cuestionan a lo amorfo su falta de forma, como lo plantea Rodolfo Kusch reflexionando en torno a la estética de lo Americano, y como la estética colonizadora absorbe y somete lo imperfecto dejándolo rezagado. Este es, desde mi punto de vista, un proceso difícilmente evitable, pero el reto de los artistas atrapados y sometidos a esta dinámica radica en conciliar ambos mundos, y lograr que proliferen piezas que interpelan al público tanto del borde, como del centro. Ahora bien, acerca de lo que podríamos considerar auténtico en el Caribe y aquello que nos “une” como región, parto desde el individuo y su propia percepción del ser, entendiendo como ser el yo consciente, que desde el psicoanálisis de Freud se ha considerado como esa parte de nuestra personalidad que percibe, maneja la información, el razonamiento y el control de los mecanismos de defensa, o definido también como el núcleo de la consciencia, según Jung. El mismo yo que en la psicología social de Patricia Linville y E. Tory Higgins se entiende como las representaciones mentales que hacemos de nosotros mismos y que depende de nuestros roles sociales, relaciones interpersonales, rasgos de personalidad nucleares y de las actividades que realizamos, como la carrera profesional. Entonces, teniendo en cuenta lo anterior, podemos deducir que nuestro yo está directamente ligado a nuestro contexto demográfico, remitiéndonos al origen etimológico de la palabra, demo: pueblo, grafía: escribir, “la demografía es el estudio de la manera en que la gente se escribe o representa”, como lo define Judith Butler. Finalmente, nos sentimos parte de un grupo con el que nos identificamos, compartamos o no el mismo territorio, y estamos dispuestos a defender a ese grupo de la misma manera que estamos dispuestos a defendernos a nosotros mismos, y como esperamos ser defendidos por ellos en caso de necesitarlo. Somos Caribe porque reconocemos en un grupo determinado de personas esa región extendida del yo. “Cuando hay violencia, la respuesta, en defensa de esa madre, padre que nos ha dado todo, es rebeldía”, palabras del poeta chileno Elicura Chihuailaf que hoy tomo prestadas para referirme al aura que invade la selección de artistas de esta exposición. Es la rebeldía pero también la resistencia hacia la violencia con la que los artistas abordan problemáticas sociales y personales en sus obras, permitiéndonos conectar con sus posturas críticas y sumergirnos en las construcciones formales que han resultado del apareamiento entre una estética del borde y la influencia colonizadora impuesta por el centro. Como resultado de esta negociación inevitable, surgen propuestas que nos invitan a sumergirnos en un futuro distópico como el que idea Jahirton Betín con sus Caracoles de no colores, en donde se nos narra, en una especie de ficción futurista caribeña, lo que sería el avenir de algunas especies nativas como el caracol, a causa de su constante exposición a los derramamientos de carbón en el Mar Caribe, específicamente en las costas de Santa Marta y el Magdalena, y cómo al verse asediados por la violencia derivada de la negligencia humana optan, en un intento de autopreservación, por mutar y adaptarse a las nuevas condiciones que con extrema rudeza se les ha impuesto. La obra de Betín es una oda a la resiliencia de la naturaleza, que a pesar de la agresividad con la que es tratada, encuentra una forma de persistir y resistir con fuerza a la violencia recibida. “El débil puede hacer uso de fuerza, su debilidad es su fuerza” . Pedro Lemebel La relación de la naturaleza con la imposición de las crudas condiciones de “vida” humana se hace presente igualmente en la obra La Liga de Juan Pablo Heilbron, en donde el moho, protagonista de esta historia, actúa como inquilino anarquista que boicotea y squatea espacios con el fin de subsistir en un ambiente inhóspito como lo es el concreto, así como lo hizo la liga de inquilinos en los años 1920s, buscando bajar los precios de la vivienda en la ciudad de Barranquilla. El artista hace un recorrido por los barrios de la ciudad en donde operó este grupo y recupera material de escombro que luego utiliza como vivienda en bloques para el mencionado hongo, y logra con una obra viva, que la fragilidad misma de este microbio y su resistencia a las dificultades, se convierta en la delicada fortaleza que con el paso del tiempo logrará invadir la totalidad de cada bloque. Hay otro tipo de piezas que también se originan desde la preocupación por el sometimiento destructivo y cruel que el humano ha desatado sobre la naturaleza, y que encuentran en la representación del esfuerzo a lo largo del tiempo una solución formal, como es el caso de Gran Cauce de Ludovico Groovie. Su recreación cartográfica de un mítico uróboros fluvial, que circula indefinidamente sin principio ni final, rodeando nuestro mundo y simbolizando la lucha eterna, incansable e inútil por mantener infinitas sus riquezas y así complacer la insaciable avaricia humana que conlleva la extracción de oro aluvial, es una alegoría a la teoría del modelo hidráulico aplicado en el comportamiento humano, en donde una cantidad de energía se libera y persiste en el tiempo una vez que el yo se encuentra libre de obstáculos o inhibiciones. Añoramos ser como ese gran cauce: infinito, imparable, desbordante, imposible. Sí, ¿quién puede dudarlo? me dicen: El Agua es la Vida ¿Pero qué hace el Agua sin el Aire? ¿Pero qué hacen el aire y el agua sin la Tierra? ¿Pero qué hace la Tierra sin el Fuego? Elicura Chihuailaf Jenn Medina vuelve su mirada hacia la tierra y nos invita a recordarla. Y es esta simple acción de recordar la que nos permite tener memoria de quienes somos, dónde y cuándo nacimos, nuestra historia y visión del mundo. Su obra nos acerca a la cerámica expandida, a través de una instalación que invade el espacio, nos embriaga con aromas y nos cuartea con sonidos, que se transforma y adapta a las condiciones del entorno con el inquebrantable y constante transcurrir del tiempo. Así mismo, el material en su estado básico, vivo, nos conecta con los saberes alfareros ancestrales de la región, que con el paso de la historia han tendido a desaparecer, pero que a pesar de ser menospreciados e invalidados, persisten y se amplían hacia otros lugares de nuestra cotidianidad, negándose a ser absorbidos y objetualizados como arte muerto. “... No se puede hablar de inocencia ni de juego cuando se maneja la conciencia de un país con el taca-taca de la tele” Pedro Lemebel Cuando el género y el lenguaje están en el centro de la discusión política y cultural, el arte actúa como una herramienta de resistencia contra los cánones estéticos hegemónicos que nos han sido heredados e impuestos desde la colonia. El fútbol masculino se ha consolidado como el espectáculo de las grandes masas y su influencia va mucho más allá del ámbito deportivo; su discurso masculinizado busca erradicar todo tipo de presencia diversa dentro y fuera del campo, su estructura machista se ha impermeabilizado ante los movimientos sociales de inclusión hasta el punto de acosar y discriminar a los jugadores que han osado “salir del clóset” o levantar su voz. BEN (Rubén Barrios) se apropia de este fenómeno, uno de los cultos más populares del Caribe y del mundo, con el fin de confrontarnos a nuestra propia percepción de la seducción y del cuerpo masculino, utilizando juegos de palabras y la manipulación del esférico, reconfigura el significado de la práctica y del objeto en sí, de igual forma el cuerpo masculino representado adquiere una nueva postura frente al deporte. La obra de BEN, lejos de ser una postura agresiva, adapta la estética del fútbol a las nuevas masculinidades y como él mismo lo expresa, hace relucir la intrínseca atmósfera erótica, fetichista y sugestiva como respuesta subversiva hacia el impacto domesticador de dicho deporte. “Te encuentro, pero encuentro a mi yo allí como tú, reduplicado en mi abandono, pero yo no soy exactamente yo, sino un espectro al que recibo cuando tú buscas una historia diferente de aquella que tienes” Judith Butler Los roles en el arte contemporáneo no siempre están definidos, la obra, el público y el espacio suelen entrar en una danza intermitente y oscilante que deriva en una fusión y transformación constante. Cinthya Escorcia, en un esfuerzo por conectar con el espacio y el público que cotidianamente lo transita, utiliza esta herramienta a su favor y nos invita a activar su obra y participar de ella. El público, al encontrarse con objetos cercanos a su rutina y con instrucciones de uso de los mismos, decide si entra en el juego propuesto o lo ignora. El espacio, desprovisto de su uso habitual, se encuentra repensado y reconstruido a partir de nuevas relaciones y utilizaciones. Cada día, cada momento es una nueva oportunidad, una nueva interpretación que nos interroga sobre la existencia y las consecuencias de nuestros actos como comunidad. Estos seis jóvenes artistas del Caribe colombiano han concebido una serie de propuestas estéticas que rondan diversas problemáticas de la cotidianidad ordinaria y constitutiva de la región. Sus obras desbordan una gran sutileza a la hora de plantear una postura crítica y definida, y su relación con el tiempo y la apropiación de los espacios en donde se exhiben, le proporcionan una virulenta dosis de fuerza que impacta al espectador progresivamente. Pero esta no es una fuerza violenta o agresiva, es una fuerza conciliadora y amplia como una brisa cálida y húmeda que averagúa todo lo que toca, que se instala en lo más profundo de las problemáticas y va creciendo a medida que utiliza los aspectos vulnerables de cada elemento para transformarlos desde su esencia en una fortaleza. Esta selección de artistas del borde refleja sus deseos y proyecciones, que a la vez no son propios pero de un yo expandido, en un Jagüey rebozado, incontenido, que ha sobrepasado el cubo blanco para inundar y desnaturalizar el paisaje que hidrata.

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Desposesiones, corpus, anima, animus “La posesión requiere o necesita dos elementos para configurarse y ellos son el corpus, que es la cosa en sí y el animus rem sibi habendi que es la intención de tener la cosa como propia” Considero que las cosas que poseemos y/o con las que diariamente interactuamos están cargadas de información que demandan nuestra atención y a las que constantemente estamos reinterpretando. Con el pasar del tiempo, estos elementos terrenales se vuelven extensiones de nuestro ser y convergen en una relación de dependencia, hasta el punto de influir en la forma en que definimos y reforzamos nuestra propia identidad, en una especie de culto a lo material. Asimismo, coincido con la mayoría de las creencias religiosas, filosóficas y metafísicas del mundo, en que los humanos estamos compuestos por corpus et anima (cuerpo y alma); siendo el cuerpo que habitamos nuestro componente material y el alma, la intención de tenerlo como propio. Teniendo en cuenta lo anterior, me he plantado ciertos interrogantes que han marcado la dirección de mi propuesta curatorial: ¿es nuestra relación con el cuerpo humano una relación de [des]posesión? ¿Son los objetos y tradiciones con los que convivimos, cuerpos que poseemos o somos nosotros quienes somos constantemente poseídos y desposeídos por ellos? “Los hombres a pesar de su siempre cambiante naturaleza, pueden recuperar su unicidad, es decir, su identidad, al relacionarla con la misma silla y con la misma mesa.” Analizando con detenimiento las propuestas recibidas en esta versión del Salón de Arte Bolivariano, propongo una selección de artistas que, desde diferentes acercamientos estéticos, formales y conceptuales, comparten la intención de explorar la compleja y dinámica relación del cuerpo con los diversos aspectos que interceden en la cultura de las sociedades y las huellas que resultan de un intercambio plurilateral. La cosmovisión de nuestras culturas ha sido y sigue siendo un cóctel de influencias prehispánicas, coloniales, tecnológicas, que sigue adaptándose y cambiando de acuerdo a los tiempos y las relaciones de poder que existen en la sociedades. Pero, hay historias que a pesar del paso del tiempo y lo arrolladoras que son las modas pasajeras, subsisten en el imaginario colectivo de un grupo determinado de personas y se adaptan a las nuevas generaciones. Isabella Arenas, una jóven artista santandereana, en aras de rescatar y compartir lo que considera un aspecto importante en la construcción de la cultura y la identidad campesina de su región, nos comparte su interpretación de la leyenda del urutaú, basada en un ave del mismo nombre y de difícil avistamiento, que con su enigmático canto, inspiró (y aterrorizó) a los lugareños a creer que tenía la capacidad de robar el alma a las niñas y dejar sus cuerpos poseídos por espectros fantasmagóricos. La obra Cartografía de memorias de la artista Jenn Medina, que también torna su mirada a las creencias ancestrales, surge de una reflexión en torno a los mitos fundantes de nuestros pueblos originarios y su relación con las plantas que, mediante su domesticación, marcaron la supervivencia e impulsaron el desarrollo de las comunidades del territorio americano, y la entrelaza con nuestra realidad de lo corporal por medio de 14 retratos botánicos sin rostro definido que actúan como un símbolo de la construcción de identidad, compuesta -entre otros- bajo la influencia de las tradiciones orales que hemos recibido en herencia, por medio de relatos que han sido transmitidos de generación en generación -y que podremos escuchar en esta muestra- y lo que la tierra misma nos provee para subsistir. Combinando elementos de la fotografía, la performance y la instalación, José Álvarez utiliza su propio cuerpo para personificar al buitre americano en su obra Cathartes aura. En esta representación, el artista deja de lado su identidad humana para poseer las cualidades de dicha bestia, siempre al acecho, siempre vigilante y cauteloso; su cuerpo negro simboliza el luto de la comunidad, pero su cabeza de flores rojas es una ofrenda a los que ya no están en este plano material. El artista, por medio de esta pieza, nos recuerda que de la muerte brota vida, que en la ciudades también nos encontramos con proyectos que mueren lentamente debido a la desidia de algunos, mientras otros observan el momento adecuado para devorar los residuos. Somos porque existimos en sociedades. Los individuos solemos estar inmersos en una masa colectiva que adquiere poder y resistencia gracias a la comunicación y unión en las luchas comunes. Maira Beltrán convoca a varias mujeres de sexo femenino a participar de su diálogo en torno a la relación de su cuerpo y la sexualidad, y a partir de imágenes de sus vulvas, borda un traje con el que ella viste -como acto simbólico unión y adhesión a su propio cuerpo- y con el que recorre espacios tradicionalmente asociados al encasillamiento, prejuicio y acoso hacia lo diverso por parte del machismo y el colonialismo, en su obra Desbordadas. Durante estos actos, el cuerpo de Maira es a su vez el cuerpo de muchas mujeres de sexo femenino que comparten con ella una percepción de injusticia social y desigualdad hacia ellas. Cuando la valocidad de la vida contemporánea y las expectativas que traen consigo las oportunidades adquiridas se visten de presión social ejercida por el patriarcado, la libertad de ser todo lo que puedes ser como individuo, se vuelve para algunos una especie de esclavitud en masa. Desde una postura muy íntima, que cuestiona su rol como mujer viviendo bajo las condiciones estereotipadas que le impone la sociedad y de las que no ha podido distanciarse, Li Támara, en Sudario Femme, nos induce a un juego perceptivo de asociación formal que nos remite a la ausencia de un cuerpo físico del que sólo queda una imagen distorsionada y borrosa como prueba de su existencia y sufrimiento; el remanente de una vida sucedida detrás de una máscara producto de la idealización y adoración. El culto al cuerpo y la obsesión por cumplir con los estándares estéticos de la sociedad se ha convertido en uno de los problemas de salud más recurrentes en la actualidad. La búsqueda excesiva por retrasar el efecto del paso del tiempo en nuestros cuerpos tiene una afectación en nuestra percepción de lo que es estético, hasta el punto de asociar la vejez a decadencia. Sin embargo, Juan David Rojas, nos plantea otra mirada sobre el cuerpo en su obra Un siglo de vida ante la gravedad. El artista representa, por medio de fotografías de una persona centenaria cercana a él, la decisión de desvincularse de las ataduras narcisistas que tenemos al cuerpo y del rechazo al envejecimiento. Es el registro de una performance natural mediante la cual abandonamos paulatinamente toda posesión de nuestro templo físico, para concentrarnos en el plano espiritual. El efecto del paso del tiempo no siempre es percibido como la destrucción y desposesión de los cuerpos materiales. Jesús Monterroza aborda este tema desde la constante transformación metafísica del ser, tanto en el mundo de las ideas como en el plano material. Su obra Metamorfosis nos muestra sus procesos creativos, que para él resultan más importantes que el resultado mismo, y en el que se aparean imágenes y poemas que invitan a una experiencia surrealista y confusa, sin un comienzo definido y diferentes posibilidades para un final, y que aunque a simple vista creemos que nos cuenta una historia de carácter formal, en verdad son muchas reflexiones personales y sociales que con cierta intermitencia influyen en la construcción de identidad y se albergan en la memoria, permitiéndole vivir en el mismo cuerpo y espacio, múltiples presentes. Indiscutiblemente, la comunicación ha sido un elemento de vital importancia para el desarrollo de las sociedades del mundo, pero en una época en la que cualquier persona puede comunicarse con otra sin ningún tipo de acercamiento al idioma, idiosincrasia o cultura, y sin importar el lugar, la hora o su procedencia, la singularidad del individuo se ve amenazada. Camilo Pineda lleva esta reflexión a una forma tecnológica y construye una escultura sonora llamada Las Torres de Babel, que se inspira en el conocido relato bíblico, y que se activa gracias a la interacción con el público, incorporando 53 idiomas diferentes con pronunciación disponible en el Traductor de Google. Un objeto inerte que posee la habilidad humana del habla, que nos ahorra el trabajo de conocer más la mente de nuestro interlocutor y nos aleja cada vez más de las emociones, de los sentimiento e intenciones, que nos aleja en fin de la esencia de las otras personas. “La palabra ‘objeto’ deriva del verbo latino obicere, que significa echarse hacia delante, oponerse, ser contrario. La negatividad de la resistencia le es inherente. El objeto es originalmente algo que se me opone y se me resiste” Pero, para comunicarnos también podemos hacer uso de objetos que, con el paso del tiempo, han adquirido connotaciones diferentes a los usos para los que fueron pensados y que simbolizan diversos sentimientos o circunstancias. Alexa Cuesta hace uso de esta esta herramienta en su obra Cultura Pseudoanfibia II, con la cual reflexiona en torno a la realidad contenida, inflada, enclosetada y algunas veces desnaturalizada de las personas, que busca a toda costa desbordarse de su contenedor, y que a causa de estar tanto tiempo asfixiada, modifica y altera el espacio que habita. Las obras de esta selección de artistas tienen como fortaleza común, abrir nuestra imaginación a un abanico de posibilidades, percepciones y dimensiones a partir de la construcción minuciosa de complejos microuniversos híbridos que se basan en elementos investigativos de gran importancia para las sociedades, y en donde el cuerpo y el alma actúan como los protagonistas que se deconstruyen para materializar nuevas realidades impensadas. Sus formas varían desde los nuevos medios digitales y tecnológicos hasta el dibujo tradicional, permitiéndonos conectar en diferentes planos perceptivos con la relación de posesión, no siempre orgánica ni unilateral, de los cuerpos con los objetos, tradiciones y cosmovisiones.

Imagen Regional 9 - Caribe Últimamente se ha debatido mucho sobre la práctica curatorial y cómo el papel del curador ha influido en la producción artística y en la percepción del arte contemporáneo. El mundo del arte está constantemente cambiando y adaptándose a las nuevas realidades: los artistas han cambiado su forma de ver el mundo y su participación en él, sus obras reflejan inconformidad con los espacios y expresiones tradicionales, y el público exige nuevas experiencias culturales. Este panorama cambiante hace de la labor del curador una tarea que exige flexibilidad, una que debe adaptarse a cada cambio, una que debe crear conexiones y puentes donde no existían y mediar entre el artista y el público. En Colombia la actividad curatorial varía según la región y los diferentes factores que influyen en la producción y circulación artística. Indudablemente la formación profesional a través de facultades de arte o escuelas de bellas artes que brinden a los artistas las herramientas necesarias para enriquecer su producción artística es una variable determinante, de igual manera, la conformación de un sector artístico en el que participen tanto el estado como ente que fomenta y preserva las diferentes expresiones artísticas, así como el sector privado que permite la existencia de un mercado de arte y el coleccionismo de obras, es una necesidad para incentivar la producción artística. En muchas regiones del país la presencia de estos factores es escasa, intermitente o nula, lo que implica que la producción artística vibre a un ritmo diferente del de los centros culturales y artísticos del país como lo son Bogotá, Medellín o Cali. Como curadora de Imagen Regional 9 en la región Caribe, particularmente en los departamentos de Córdoba, Sucre, Bolívar y Cesar, en los que tuve la oportunidad de interactuar con agentes del sector artístico, pude apreciar las diferentes estrategias que utilizan los artistas para mantener una producción artística constante al mismo tiempo que continúan con sus otras actividades lucrativas. Con el fin de adentrarme en estas dinámicas comprendí que debía dejar de lado el modus operandi de los circuitos principales del arte, vivir la cotidianidad de los artistas y adoptar una postura cimbreante. El crítico y curador de arte suizo Hans Ulrich Obrist en su libro Ways of Curating (Formas de Curaduría) describe, a través de las experiencias vividas durante la realización de exposiciones curadas por él, algunas de las diferentes formas de hacer curaduría y de concebir una exposición de arte, y algo muy importante que destaca en cada experiencia es la necesidad de tener conversaciones con los artistas, lo que le permite a las ideas fluir y al mundo creativo expandirse. Implementar esta metodología ha sido una constante en mi trabajo y ha tenido un impacto positivo en la relación con los artistas con quienes he colaborado. En el marco del proyecto Imagen Regional 9, el Banco de la República coordinó una serie de talleres con los inscritos a la convocatoria en las diferentes sedes de la región, dichos talleres tenían como fin el crear un espacio de intercambio y retroalimentación entre el curador y los artistas, que permitiera conocer mejor los procesos creativos y el detalle de la producción de la obra antes de realizar la selección. A partir de estos talleres y luego de la selección de obras para la exposición, la comunicación con los artistas se consolidó en conversaciones y en intercambios cada vez más interesantes, a través de los cuales fue posible aprender más de los trabajos respectivos. Seguir esta línea ha sido indispensable para mi labor como curadora, mantener un contacto constante con los artistas seleccionados, conversar sobre sus obras, algunas todavía en proceso, otras ya concretas y otras por fuera del proyecto Imagen Regional 9, para entender la diversidad de las temáticas, crear conexiones, encontrar puntos de convergencia en las diferentes posiciones personales y así mismo lograr crear un puente entre las obras presentadas en la exhibición y el público; la frase que el artista Gerhard Richter en conversaciones con el curador Hans Ulrich Obrist expresó: “no somos capaces de ver pinturas [podríamos hablar de obras de arte en general] sin buscar las similitudes inherentes con lo que hemos experimentado y lo que conocemos”, fue un punto de partida para consolidar el guión curatorial. Esta exposición recoge la obra de 8 artistas procedentes de la región caribe (Córdoba, Sucre, Bolívar y Cesar) y abarca diversidad de temas que para la mayoría de los colombianos no son indiferentes. Las cicatrices que el conflicto armado interno ha dejado en las diferentes regiones del país han influido en la producción artística local, no sólo como tema de investigación, sino también como una herramienta para resarcir a las víctimas directas del conflicto, como es el caso de la obra “Sudarios de los Montes de María” de Walther Arrubla, quien siendo él mismo testigo de la violencia en el departamento de Sucre, desde el 2017 ha trabajado de la mano con víctimas de minas antipersonas de la zona y con quienes desarrolló, para esta muestra, una serie de dermatoglifos en lodo sobre lino, de los muñones de sus miembros amputados. En este mismo departamento, la artista María Alejandra Muñoz, oriunda de la ciudad de Popayán, y cuya obra ha sido fuertemente influenciada por el catolicismo, nos presenta una serie de obras que estéticamente se asemejan a estampas religiosas y que tratan el fenómeno popular del mototaxismo, en particular sobre cómo han adquirido, gracias a su numerosidad e informalidad, fuerza electoral que ejerce presión en la vida social y política de la región. Manteniendo ese contexto popular, encontramos la serie de dibujos del artista Lewis Arango, quien a partir de una investigación sobre la arquitectura y tradición del barrio Getsemaní de Cartagena, recrea escenas cotidianas del sector, cuyos protagonistas son representados por aldabas propias de las construcciones locales. Por su parte, Raúl Ballesteros, con su obra pictórica, transforma las edificaciones emblemáticas de la misma Cartagena en lo que él denomina “Ciudad Parapeto”, y nos invita a reflexionar sobre la brecha de las clases sociales reflejada en la estética arquitectónica de los barrios marginados de la ciudad. Así mismo, su obra escultórica “Barracuda Azul”, realizada a partir de materiales reciclados encontrados en las playas de Cartagena, expone la problemática de la contaminación presente, especialmente, en los sectores deprimidos de la ciudad. Del mismo modo, Daniel Sarabia Reyes, recorre Cartagena en busca de elementos desechados por las construcciones para fabricar su “Ciudad Encontrada”, una serie de maquetas que representan las viviendas improvisadas de los barrios periféricos de la ciudad, utilizando especialmente la madera como material empleado tanto en las construcciones locales de atractivo turístico y estrato socioeconómico alto, como en las zonas excluidas, invisibles y marginadas de la otra Cartagena. La alusión a la memoria colectiva e histórica de la región es una temática recurrente en la producción de los artistas, quienes desarrollan su obra a partir de experiencias personales que se conectan con el sentir de una generación. La obra pictórica “La casa de infancia” de Sandra de la Cruz, analiza con nostalgia el abandono del estilo de vida de un sector de la sociedad de una época, a través de imágenes y recuerdos familiares de su casa de infancia en Cartagena. De igual manera, Jairo Támara nos invita al velorio de 148 años de historia de las vidas privadas y públicas de una sociedad de provincia en el departamento de Córdoba, representada por medio de fotografías, documentos, objetos personales y religiosos, entre otros, contenidos en nueve cajas que aluden al novenario de una época que ya pasó, y nos incita a cuestionarnos por qué, en ciertos contextos, los gatos no van a misa. El mestizaje en América fue un proceso histórico del que se derivó no sólo la pluralidad étnica actual del país, sino también la riqueza cultural que se evidencia en las diferentes expresiones artísticas de las regiones. El artista Jorge Serrano en su obra multidisciplinaria “Triétnico”, conjuga el pasado ancestral indígena y africano con las costumbres españolas, a través de un performance que además de reflexionar en torno a las diferencias sociales que siguen existiendo en la región, invita al público a participar activamente de la muestra por medio de una sesión de dibujo en vivo. La cualidad más interesante del mundo del arte es la de lograr traspasar las barreras de la exposición como simple experiencia visual, esto permite que diferentes contextos interactúen de forma espontánea sin miedo a que diversidad de conocimientos converjan en un mismo espacio y se creen rituales que exploran la alternativa de una experiencia plurisensorial. Los artistas participantes en esta muestra logran reflejar en sus obras diferentes problemáticas de la región, a partir de la exploración e investigación de experiencias personales relacionadas con la sociedad y la cultura, al mismo tiempo que crean una conexión con las vivencias y memorias del público. Pero el mundo sigue cambiando, las sociedades se están adaptando a nuevas formas de coexistir debido a un enemigo invisible: un virus de rápido contagio. Museos, galerías y eventos culturales de todo el mundo se enfrentan a cierres temporales y demoras. El proyecto de Imagen Regional 9 también se vio afectado por esta situación, lo cual me invita a plantear nuevos interrogantes en torno a esta exposición y a la producción de los artistas: Cómo percibe el público post-pandemia esta muestra? Cómo se relacionan las obras expuestas con esta crisis? Cómo afecta esta situación la producción artística en las regiones?

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